De mi libro "Por los caminos de América hasta llegar a Europa"
Capitulo "Hongosto" Pag. 186
Por fin, una mañana, nos encontramos con varios amigos y nos fuimos a un lugar clave donde según nosotros habríamos de encontrar hongos, era un lugar húmedo, con vacas y pasto, estábamos seguros que algo habríamos de hallar. Nos fuimos a buscar entre la humedad de la montaña y las heces de las vacas aquel reino del que tan poco sabemos los seres humanos, con mucho respeto empecé a caminar esperando encontrar a los hongos psilocybe cubensis. Ana me explicó, -cuando encuentres uno, no llegues sólo a cortarlo, háblale, los hongos tienen un alma que es “el elemental”. Antes de cortarlo, pídele ayuda, pídele consejo, dile que quieres que te muestre, si lo haces, su alma quedará contigo-. Con mucha fe comencé a caminar, pasaron varios minutos, los cuales me parecieron una eternidad. Pensé, tal vez no me toca, no es mi momento, pero aún esperanzada comencé a orar para mis adentros “Me gustaría conocerles, me gustaría que me enseñaran, que me hablen, que me digan lo que sea
que tengan para decirme...” Cuando abrí mis ojos, en el piso estaba una gran caca de vaca donde parecía estar habiendo una reacción, se veía como espuma, así nacen pensé, sí, así comienza su vida.
Un poquito adelante en otra caca de vaca encontré un hongo ya falleciendo, mi corazón se aceleró, ya me estaban abriendo las puertas a su mundo, primero querían mostrarme un poco de su vida, cómo nacían y morían, me sentí cerca, sabía que pronto encontraría finalmente algo y así fue. De repente brilló entre el zacate un hongo gigantesco en plena etapa de madurez, sabía que lo era y que me estaba eligiendo, llamé a Aarón para que me confirmara, cuando me dijo que sí era, le hablé, le agradecí por encontrarme y permitirme encontrarlo, le pedí su ayuda y con la mayor dulzura posible, lo corté, la psilocibina manchaba mis dedos de inmediato. Seguí caminando, después de eso, encontramos familias enteras de hongos. Juntamos un aproximado de treinta hongos que repartiríamos entre las cinco personas que participaríamos en el viaje.
Nos fuimos a buscar el lugar indicado, los comimos, yo consumí más o menos ocho hongos, el
grande y siete pequeños, algunos los comieron con pan y miel para no sentir su sabor amargo, a mí me parecieron sabrosos así que los mastiqué puros. Pasó un buen rato y yo no sentía nada, pero una amiga que iba con nosotros, comenzó a gritar luego de cinco minutos de haberlos consumido, lloró, se revolcó en el piso con mucha alegría, lloraba y agradecía, pero también gritaba y eso nos alteraba un poco yo sólo la observé y temí por mi viaje, mientras me preguntaba qué iba a sentir yo. Otros dos amigos decidieron hacer música para calmar un poco la tensión, un tambor y una flauta que con el viento y el sonido de los árboles, hicieron una armonía perfecta, mi cuerpo comenzó a parecer más ligero, más leve, la música tuvo un efecto raro en mí, me llenó de melancolía, cuando cerré mis ojos, vi imágenes de las variadas maneras de destrucción humana, entre nosotros y contra la naturaleza.
Comencé a llorar, las lágrimas corrían por mis mejillas, sin pedir autorización, como si hubieran estado atoradas por largo tiempo y finalmente se sintieran libres de salir a andar. Pedí perdón en mi nombre y el de los otros seres humanos que actuaban sin consideración por ignorancia, y no sé quién era pero aceptó mi perdón, como cuando tienes una pelea terrible con mamá, pero que finalmente te acoge y te perdona porque te ama de manera incondicional, la aceptación de ese perdón, me causó mucho bienestar, mucha alegría.
Me levanté y comencé a caminar, de repente observé los árboles que estaban más vivos que nunca, que me saludaban con aprecio mientras me veían pasar -adiós Marcelita- me decían con mucho cariño, yo les sonreía, observé todo alrededor y me pareció tan bello, digo, todo era igual, pero por primera vez apreciaba de verdad la belleza de la naturaleza, miré el cielo y dentro de su grandiosa inmensidad se mostraba humilde y sobre todo amigable. Seguí caminando hasta encontrar dos pequeños arbolitos que daban una sombra y fresco perfecto, las vacas comadres pasaron por un lado, se burlaron un poco, estaban riéndose y comentando la una con la otra sobre mi, seguro les pareció gracioso mi comportamiento, pero se mostraron respetuosas y me dieron mi espacio. Vi las hojas de una planta, su perfección, una pequeña hormiga caminando por sus ramas, moviendo sus caderas con apuro, aprovechando la luz del día para acarrear provisiones, ¡cuán hermosa y perfecta era!
Me recoste en la hierba y una araña quedó a la altura de mi cara, pero sólo bajó a saludar, no iba a molestarme, era un mundo en el que cabíamos todos y todos respetábamos el lugar de todos. Yo estaba extasiada, de repente me levanté de nuevo y vi a mi novio, estaba a unos 20 metros y me observaba, se acercaba cortejándome como macho seductor a su hembra alborotada, sentía su amor más fuerte que nunca con su simple mirada, con aquella sonrisa tan sincera. Se acercó como un pavorreal coqueto se acercaría a conquistar a su hembra, me sentí amada y agradecida. -Mira qué hermoso es todo esto- le decía, “mira nada más lo perfecta que es esta florecita ¿Pero, cuál es su función? ¿Qué está haciendo en este planeta? Mírala aquí tan pequeña, tan inofensiva, ¿qué está haciendo? Está tan tranquila, tan feliz, tomando el sol, disfrutando del viento, ¿por qué nosotros humanos no podemos ser así? Por qué tenemos que complicar nuestra existencia con tantas y tantas cosas que nosotros mismos inventamos, la apariencia, el éxito, el dinero, cuando todo en realidad podría ser tan simple, como con esta florecita. Cuando la felicidad debería ser nuestra única misión y debería ser fácil de encontrar. Somos y tenemos todo pero no sé en qué momento comenzamos a complicar todo. En cambio mira a esa flor, tan bella, tan alegre, tan contenta, ¿qué hace ahí?” Él me respondió, “ella tiene su función me dijo, igual que todos nosotros, ella está ahí, cumple su cometido y muere” ¿Muere? Pensé, NO, ella simplemente se seca y pasa a ser parte del suelo, simplemente deja de ser lo que es para convertirse en cualquier otro ser vivo, pero no sólo ella, todos los seres vivos alrededor de mí. Todos estaban cumpliendo una función para luego dejar de ser lo que eran y simplemente pasar a ser otra cosa, pero luego pensé, con nosotros es exactamente igual, nuestra energía, nuestra esencia, cuando dicen que “morimos” simplemente dejamos de ser lo que somos físicamente para transformarnos en algo quizás más bello, ¡qué maravilla! Con ese pensamiento, concluí alegremente que la muerte no era nuestra desaparición permanente, sino nuestra transformación y quizás más aún, la evolución de una vida.
Seguimos hablando sobre la función de nosotros seres humanos y de cualquier ser vivo, entendíamos que una meta muy importante de cualquier organismo, era la reproducción, la herencia, nuestro ADN que en teoría mejora cada vez que se transmite. Hablábamos sobre eso, de la importante tarea de reproducir nuestra especie, visto como una función obligatoria, sí, de todas esas cosas que nos inventamos los seres humanos que necesitamos hacer para ser felices, el convertirnos en padres pasaba a ser primordial, esa era nuestra conclusión en aquel momento, y nos emocionaba como nada, hablamos de lo hermoso que sería el día en que concibiéramos a un ser humano.
Era una tarde tan maravillosa y perfecta, aquella ocasión, fue la primera vez que noté cuánto me afecta mi propia mente. A veces no dejo ni un corto lapso para que descanse, llegan pensamientos positivos, otras veces son negativos, ninguna de las dos es buena opción, nuestro gran problema es que nopodemos dejar de “pensar”. Los hongos me mostraron la tranquilidad de una mente liberada, los barrotes de preocupaciones y prejuicios ya no enjaulaban a mi ser, estaba viviendo aquel instante mágico, y mi mente se ocupaba simplemente de disfrutar, ningún pensamiento la distraía del presente.
Yo no había dejado de llorar ni un solo minuto, estaba ahí, recostada en el pasto, debajo de un árbol, con un cielo precioso y el hombre al que tanto amaba justo a mi lado. Lo admiraba por su dulzura, su sencillez, la sinceridad de su amor en sus ojos. Estábamos observándonos, de repente sentí ganas de observarlo, le pedí que abriera su boca, adentro encontré vida, pueblos, ciudades, eran mundos ahí adentro, las diminutas células estaban muy vivas y también llevaban a cabo sus funciones, viviendo “su mundo”. Luego volteaba al cielo y entendía que era exactamente igual pero ahora en macro. Era como ver el infinito hacia dentro de nosotros y hacia fuera de nuestro mundo, todo conectado, el universo dentro de nosotros y nosotros siendo parte de su inmensidad. Estaba llena de energía, sentía que la ropa me estorbaba, me quité las botas que traía y corrí libre por todas partes, me sorprendía mi agilidad, las piedras no me lastimaban, me sentía tan natural y sobre todo tan cómoda. Fui con los demás y les dije que estaba contenta, extasiada, en aquellos momentos ni siquiera podía describir lo que sentía, pero se notaba en mi mirada.
Regresé con Aarón, comenzamos a caminar y nos detuvimos ante un árbol, no tengo otra manera de describir lo que sentí así que lo diré tal cual fue. El árbol me estaba coqueteando, me hablaba, quería que me acercara a él, que le abrazara, quería acariciarme. De repente escuché la voz de Aarón, “mira Marcela, este árbol tiene orquídeas”, yo ya estaba observando al árbol, porque él mismo me había llamado -este árbol me pide que lo abrace- le contesté, había una rama más o menos baja, Aarón me ayudó a saltar, con mucha facilidad pude trepar, llegué lo más arriba que pude y le abracé con fuerza, difícil describir lo que aquel árbol me transmitía. Los demás estaban observando y se acercaron de inmediato preocupados, mi hermano comenzó a hablarme fuerte “Marcela baja de ahí, no hagas tonterías”. Yo no sentía absolutamente nada de miedo, al contrario, sabía que ese árbol me había pedido subir y me estaba cuidando. Me sentía tan segura, que me agarré de una rama con mis piernas enredadas y solté mi cuerpo al viento gritando “no pasa nada, todo está bien, soy muy feliz” mi hermano estaba furioso y llorando, “Marcela bájate, no quiero que algo te pase”, pero yo estaba aferrada a mi conclusión “no me pasará nada, y si caigo simplemente paso a ser otra cosa, probablemente más bonita, pero no te preocupes eso no pasará ahora, sólo entiende que podemos hacer todo, todo lo que queramos, podemos volar si lo deseamos”, “ya bájate loca”, me gritaba. Y sí, estaba loca y muy feliz. Bajé del árbol, enseguida le agradecí por el invaluable regalo que me había entregado.
Después de eso, ya estando todos reunidos nos abrazamos y agradecimos por aquel día mágico. Así concluí mi maravillosa aventura con los hongos. Nunca olvidaré aquel día, un tiempo atrás había leído en un artículo científico que explicaba que bajo los efectos de la psilocibina, se podían tener experiencias místicas que podrían cambiar a una persona mucho más que meses de terapias psicológicas. Yo realmente me sentía diferente, mi amor por la tierra y los seres vivos creció de manera infinita y nunca olvidaría el verdadero sentido de la vida, que me mostró aquella hermosa florecita que era tan feliz simplemente siendo ella, siguiendo el flujo de su vida. Después de aquel viaje místico con los hongos me sentía llena de energía, con ganas de hacer todo lo que mi corazón me indicara y mucho más, mi vida nunca sería igual