martes, 6 de septiembre de 2016

Diosas mujeres

Qué bello esto de ser mujer, descubrirme a mí misma y adorarme en todos los aspectos.
Encontrar cada día un poco más de lo que realmente soy me ha llevado a reflexionar en por qué la magia femenina ha estado oculta por tanto tiempo. Quizás más de alguna de ustedes me entienda:

A pocos días de haber nacido, perforaron mis orejas y me pusieron aretes, "para que me viera más bonita", cuando yo era un pequeño pedazo de perfección recién bajado del cielo. Toleré el dolor porque era fuerte desde entonces, lloré un poco pero estuve bien, con eso estuve lista para ser mujer.
Como niña, me frustré muchas veces por la cantidad de actividades que por no ser varón, no podría realizar. Noté que a mí se me daban "cuidados especiales" por ser niña, pues era mucho más vulnerable según mis padres.
Cuando entré a la secundaria me llegó la menstruación, me dijeron que no le contara a nadie, como si fuera algo de lo que tuviera que avergonzarme, mancharme con mi sangre se convirtió en uno de mis mayores miedos y vergüenzas. Tener mi periodo se convirtió en una molestia, me hacían sentir sucia por estar sangrando por mi vagina.

En la adolescencia solo empeoraron las cosas, cuando mis hormonas me imploraron comenzar a explorar mi sexualidad se me advirtió que permitir a un hombre que tocara mi cuerpo era "incorrecto". Cualquier tipo de contacto sexual (sin siquiera referirme a coito), era impúdico; los roces, besos y abrazos que se sentían tan bien, debía evitarlos, de otra manera mi valor de mujer disminuiría, pareciera chiste, pero escuché a varios hombres y mujeres decir, "date a desear para que te quieran más", entonces "para que me quisieran más" tenía que sacrificar mis propios deseos. Bajo esas mismas premisas y con los miedos y culpas que a esa corta edad ya me habían infundado, esperé lo más posible para perder mi virginidad, creyendo que eso también me daría valor como mujer, ilusa.

Cuando me torné adulta procuré hacerme la difícil cada que conocía a un hombre, negándome una vez más a mí misma el placer de disfrutar mi sexualidad con plenitud, sobre todo porque el mensaje de mi sociedad era que, entre más libre en mi sexualidad, más posibilidades tenía de ser llamada "puta". Pronto odié esa palabra. Luego entendí que no habría manera de encontrar una palabra positiva para nombrar la situación sentimental de una dama. Un hombre que se acuesta con muchas mujeres es un galán, mientras la mujer es una fácil, un hombre que se queda soltero a edad avanzada es un "soltero codiciado", una mujer es una "quedada" y se le suele considerar también "desesperada".

Me di cuenta también que por el hecho de ser mujer se me adjudicaban cada vez nuevas obligaciones, por ejemplo, sobre-cuidar mi apariencia, más aún, ser perfecta, se me avisaron de las medidas que tenía que tener mi cuerpo y cada cierto tiempo se me actualizó en cómo tenía que verse mi cabello y mi cara, toda una inversión de tiempo y de dinero para ser considerada atractiva, mientras que los hombres necesitaban sólo bañarse y estaban listos para cortejarme.


Y lo peor, cuando quise hablar de todo esto con mis amigas fue difícil, las mujeres somos uno de los grupos a los que más se les ha inculcado la división, los sentimientos negativos entre nosotras. La competencia y la crítica entre mujeres es una práctica cotidiana. Desde niñas escuchamos a mujeres adultas, jóvenes y niñas hacer comentarios negativos sobre otras mujeres. Entonces aprendí a sentir envidia y sobre todo comencé a sentir desconfianza; a sentirme observada y juzgada por el único grupo de personas que más bien tenía que comprenderme.

Finalmente, me cansé y todo eso que desde tan pequeña me enseñaron, decidí desecharlo. Hoy comprendo por fin que soy mágica, que soy hermosa y perfecta desde el principio y hasta el final de mis días. Que puedo ser hacer todo lo que desee y me haga feliz. Que soy una criatura sexual y que mi fogosidad simplemente me agrega encanto, dar rienda suelta a mis deseos no tiene por qué disminuir mi valor de mujer.
Ahora veo que mi cuerpo es mi territorio y me doy cuenta de la falta que me hacía bailar, permitir a mi caderas liberarse, desnudarme, venerar mi cuerpo, mostrarlo con orgullo siempre, y no sentirme una puta por hacerlo, que de hecho esa palabra tiene una connotación de temores estúpidos, de límites que atentan contra mi plenitud como mujer y como persona.
Que la sangre que menstruo cada mes no es algo sucio, sino algo sagrado. Que esa sangre es la vida misma que no se dio pero que aún se me entrega. Que en esos días tengo una energía especial que debo aprender a aprovechar. Que no debo de sentirme vulnerable por ser mujer sino más bien asumir el poder que se me otorgó como Diosa que soy. Al nacer mujer se me entregó algo sacro y quizás no lo había entendido, pero soy capaz de hacer prodigios, de curar el mal más temido, soy medicina pura.

Por último, pido una disculpa a las mujeres que alguna vez critiqué y juzgué, estoy en un proceso de valoración no sólo de mi misma sino de la feminidad en sí, no es cosa fácil hacer una limpieza de toda la porquería que el sistema patriarcal nos inculcó desde siempre, pero desear cambiarlo es el primer paso. Amor para todas las mujeres y para todos los hombres en su lado femenino, la palabra puta y puto ya han dañado lo suficiente como para que sea hora de eliminarlas de nuestro vocabulario.

Amor y bendiciones para todos y todas, la dualidad está a punto de terminar.



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